El ángel

Poldy Bird
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E sta dura batalla de vivir nos embarulla..
Queremos abarcarlo todo con los brazos abiertos, extendidos y
los ojos perdidos en un horizonte circular que se aleja a cada
paso que damos hacia él...
Estos ojos vueltos hacia afuera, siempre hacia afuera, tratando
de descubrir la precisión de los contornos, la realidad de las
imágenes.
Esta mente con su fichero numerado, catalogando cosas, actos,
pasiones, sentimientos, gentes...
El trabajo es arduo, interminable, la balanza no cesa de pesar.
Ayer teníamos un jardín con mariposas, con charcos, con un ángel
de conocido rostro que enlazaba la diminuta mano de la infancia
y los
enseñaba canciones para entonar la música de las rondas...
Queríamos porque si..No nos culpábamos de nada ni buscábamos
culpables.
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Éramos blancos, íntegros y nuestros.
Nos asombrábamos de la maravilla de un flor, de los ojos
fosforescentes de los gatos en las noches, de los bichos de luz,
de la voz de la madre anunciando la sopa caliente y los
buñuelos, del padre fuerte y cansado regresando a la tarde del
trabajo La vida era un abrigo tibio en el invierno y un aire
azul por el que el cuerpo nuestro navegaba en el verano...
Un aire azul y un ángel... siempre un ángel.
¿Qué pasó después? Amontonamos cifras , dimos nombres a los ríos
y a las ciudades, dimos nombre a esa ternura natural que surgía
de nosotros
como un manantial interminable.
La llamamos amor y escogimos cuidadosamente a quienes podían
recibirlo a quienes podíamos aceptárselo.
Y aquel camino ancho, aquel camino llano se fue estrechando
hasta transformarse en una callecita angosta, en un desfiladero
por donde solo podemos pasar de uno en fondo, de uno en fondo y
cada vez con menos equipaje.
Lo primero que dejamos fue el ángel, después los sueños, más
tarde la ilusión, la fantasía y hasta la generosidad.
Cada vez más desconfiados empezamos a escrutar los ojos de
quienes nos rodeaban a estudiar sus movimientos... ¿iban a
acariciarnos o a golpearnos?
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Nuestras alforjas se llenaron de inquietudes, de miedos, de
vanidades de egoísmo.
Separamos lo nuestro de lo de los demás, pusimos un cerco para
proteger nuestro lugar, bebimos ávidamente nuestra agua, comimos
hambrientamente nuestro pan más del que nuestra hambre nos
pedía, por las dudas de que alguna vez llegara a faltarnos y
empezamos a llamar superfluas a cosas como los barriletes, las
oraciones y los milagros..
Y ya el cielo no nos pareció tan grande ni la tierra tan inmensa
ni tan valiente el hombre, ni tan tierno el pecho amigo, ni tan
desinteresada la mano que se ofrecía a estrechar la nuestra.
Y defendiéndonos de los otros, los marginamos, pero la culpa es
nuestra, porque miramos al hombre con su traje planchado y sus
zapatos nuevos y su nombre completo olvidando que adentro de
cada uno hubo un chico que jugó en el mismo jardín que un día
tuvimos, un chico con un ángel igual al ángel que nos llevaba de
la mano, No quiero ser amarga solo quiero decirle que he sufrido
como usted como todos, solo quiero decirle que estuve triste
como usted como todos y de pronto me sentí encerrada, incapaz de
dar un paso más, de reír, de ser feliz, completamente
feliz..hasta hace un rato.
Hace un rato crucé por una plaza, no se por qué pasé junto a las
hamacas y un chiquito me dijo: "hamáqueme fuerte, quiero tocar
el cielo con los pies", me lo dijo sin preguntar mi nombre, sin
preguntar si yo era buena sin preguntar cuanto dinero llevaba en
mi cartera. Solamente me dijo hamáqueme hasta el cielo y no se
puso a calcular cuantos metros lo separaban del cielo.
¿Para qué? estaba allá , era azul, era ancho. También podía ser
suyo...Tenía derecho a él.
Dejé mi cartera sobre la arena y lo hamaqué con todas mis
fuerzas.
"Lo toco!" gritaba entusiasmado. "Lo toco ve?". Reía.
Y su risa era una cuchara tintineando en el cristal del aire.
Y mi risa era también una campana azul en el aire de enero.
Alguien a mi costado reía conmigo.
Reía en esta tarde, reía porque si.
Era el ángel...el ángel antiguo y vapuleado, el ángel de la
infancia que por fin encontró un lugar libre junto a mi, y sin
pedir permiso, se agarró de mi vestido, se zambulló en mi cuerpo
y me ayudó a hamacarlo. En la mitad del día, en la mitad del
dolor, quebrando la seriedad de nuestro oficio de adultos
austeros, reconcentrados, grises, hay siempre un chico volando
en una hamaca.
Un chico que somos nosotros mismos, queriendo tocar el cielo
como sea.
Basta con detenerse a hacerlo.
Basta con agarrar su mano leve y decirle despacio las cosas más
disparatadas y hermosas; que es lindo estar vivo, que el corazón
no necesita un motor a chorro para tocar las nubes pues sube
solo como el incienso de las bendiciones, si lo dejamos escapar
un instante de la rutina.
La verdad es esa, simplemente esa cosa tan simple que de tan
simple tenemos olvidada.
Cuando dejé la plaza en mi pecho reverberaba una fuente. Iba
sonriendo. Algunos se detuvieron para mirarme y sonrieron
también.
Creían que le sonreían a una muchacha sola y un poco loca que se
reía por nada.
No sabían que también le estaban sonriendo a un ángel invisible
que iba colgado de mi brazo.
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