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La abuela
Paula siempre estuvo enferma, pero aquella noche,
internada en el Policlínico Chapuis, se moría por
enésima vez. Había rechazado la cuarta prótesis de fémur
como consecuencia del Mal del Parkiinson que padecía.
Con Leti decidimos ir a verla porque los tiempos se
acortaban. Después de estudiar, llegamos a la tardecita
y ya le habían servido la cena. Estaba con mi tío
Alberto que, en vano, intentaba darle la sopa. El
problema lo tenía con la cama ya que no podía ponerla
cómoda: o muy alto o muy bajo. Mientras tanto, la abuela
mascullaba algo inentendible, pero conociéndola no
podían ser más que insultos para mi tío. Él, por su
parte, agotado de tanto bajar y subir, la levantó hasta
el tope, de modo que la Paula quedó sentada y con todo
el peso de las almohadas en las cervicales. Fue cuando,
en un esfuerzo supremo, abrió los ojos y le espetó:
“¡bajame la cama, pelotudo!” Risas generales. Con Leti
salimos del sanatorio a las carcajadas. Ahí supimos que
la abuela tenía un poco más de vida de la que auguraban
los médicos.
© Juan José Mestre |