La colección
Anton Chejov
|
Hace días pasé a ver a mi amigo, el
periodista Misha Kovrov1. Estaba sentado en su diván, se
limpiaba las uñas y
tomaba té. Me ofreció un vaso.
-Yo sin pan no tomo -dije-. ¡Vamos por el pan!
-¡Por nada! A un enemigo, dígnate, lo convido con pan, pero a un
amigo nunca.
-Es extraño... ¿Por qué, pues?
-Y mira por qué... ¡Ven acá!
Misha me llevó a la mesa y extrajo una gaveta:
|
|
-¡Mira!
Yo miré en la gaveta y no vi definitivamente nada.
-No veo nada... Unos trastos... Unos clavos, trapitos,
colitas...
-¡Y precisamente eso, pues y mira! ¡Diez años hace que reúno
estos trapitos, cuerditas y clavitos! Una colección memorable.
Y Misha apiló en sus manos todos los trastes y los vertió sobre
una hoja de periódico.
-¿Ves este cerillo quemado? -dijo, mostrándome un ordinario,
ligeramente carbonizado cerillo-. Este es un cerillo
interesante. El año pasado lo encontré en una rosca, comprada en
la panadería de Sevastianov. Casi me atraganté. Mi esposa,
gracias, estaba en casa y me golpeó por la espalda, si no se me
hubiera quedado en la garganta este cerillo. ¿Ves esta uña? Hace
tres años fue encontrada en un bizcocho, comprado en la
panadería de Filippov. El bizcocho, como ves, estaba sin manos,
sin pies, pero con uñas. ¡El juego de la naturaleza! Este
trapito verde hace cinco años habitaba en un salchichón,
comprado en uno de los mejores almacenes moscovitas. Esa
cucaracha reseca se bañaba alguna vez en una sopa, que yo tomé
en el bufete de una estación ferroviaria, y este clavo en una
albóndiga, en la misma estación. Esta colita de rata y pedacito
de cordobán fueron encontrados ambos en un mismo pan de Filippov.
El boquerón, del que quedan ahora sólo las espinas, mi esposa lo
encontró en una torta, que le fue obsequiada el día del santo.
Esta fiera, llamada chinche, me fue obsequiada en una jarra de
cerveza en un tugurio alemán... Y ahí, ese pedacito de guano
casi no me lo tragué, comiéndome una empanada en una taberna...
Y por el estilo, querido.
-¡Admirable colección!
-Sí. Pesa libra y media, sin contar todo lo que yo, por
descuido, alcancé a tragarme y digerir. Y me he tragado yo,
probablemente, unas cinco, seis libras...
Misha tomó con cuidado la hoja de periódico, contempló por un
minuto la colección y la vertió de vuelta en la gaveta. Yo tomé
en la mano el vaso, empecé a tomar té, pero ya no rogué mandar
por el pan.
FIN
 |