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Los
adioses
Eduardo Galeano
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Llevábamos
nueve años en la costa catalana y ya nos íbamos, faltaban dos o tres días para
el fin del exilio, cuando la playa amaneció toda cubierta de nieve. El sol
encendía la nieve y alzaba, a la orilla de la mar, un gran fuego blanco que
hacía llorar los ojos. Era muy raro que nevara en la playa. Yo nunca lo había visto, y sólo algún viejo vecino del pueblo recordaba algo parecido, de tiempos remotos. Se veía muy contenta la mar, lamiendo aquel inmenso helado, y esa alegría de la mar y esa blancura radiante fueron mis últimas imágenes de Calella de la Costa. Yo quise responder a despedida tan bella, pero no se me ocurrió nada. Nada que hacer, nada que decir. Nunca he sido bueno para los adioses. |