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“María
era una santa”. Esto es lo que escuché, a lo largo de mi
vida, de boca de todos los que la conocieron. Era
peluquera en Altea cuando conoció a Matías Mestre. Y se
casaron. Cuando ella todavía iba a la costa a lavar la
ropas con las demás mujeres. Vino un año después que él
a la Argentina. No llegué a conocerla: ella partió hacia
ese cielo que le perteneció siempre unos años antes de
que naciera. Murió en silencio un 20 de junio. “María
era una santa” le decían por doquier a mi madre y yo
aprendí a quererla a través de esa frase en boca de
conocidos o no. Vivió para su familia, casi en silencio,
con una devoción que muy pocos poseen. Con un amor sin
límites que esparcía con el perfume a especias, con su
olor a tomillo y a cocina, como dice Serrat.
María era una santa.
María Fuster, mi abuela paterna.
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