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Si necesito ayuda y es domingo

Poldy Bird
 

Pero ¿ a quién puedo llamar si necesito ayuda y es domingo?

A vos, no. Porque estás no se dónde, con tu cáscara de sol y de risas de gente buena, tu armadu­ra de domingo.

Ya sé, nunca me dijiste que eras desdichado, no te estoy echando en cara tu felicidad, simplemente te estoy contando mi soledad, en voz baja, como re­zando el rosario.

Nunca quise complicarte en mi tristeza; los hombres no admiten ninguna clase de complicidad con las lágrimas. Les tienen demasiado miedo, y por eso juran que las aborrecen, o que se aburren de ver correr el surtidor del llanto.

Qué cosa. Cuántos detalles hay que cuidar ahora... No es posible dejar que las cosas suceden porque sí, que la planta dé flor cuando sea tiempo y que la flor se abra porque es hora... Los años me han convertido en un mecanismo de relojería: y puedo adelantar los momentos, o atrasarlos. Lo único que no puedo es hacer que el momento en que los dos estamos juntos dure para siempre.

Sí... sí, ya se. Te estoy asustando. Pensás que terminaré suplicándote que largues todas las obliga­ciones, me tomes de la mano y nos echemos a andar por la calles como dos chiquillos enamorados.
No. Soy sensata. Ya has visto qué sensata, qué bien pienso, cómo jamás mencioné tu nombre ni conté nada a nadie. . . ni se muda mi rostro cuando te veo en medio de otra gente...
Y hasta... hasta he parecido muy feliz a veces, muy contenta con la vida que llevo.
Si hasta vos mismo te lo has creído, en parte. Si hasta has tenido celos de mis pequeñas dichas ver­daderas, mis pocas dichas diminutas de alguna vez.
Nunca quise complicarte en mi tristeza, pero hoy, domingo por la tarde, ha sucedido algo terrible. Me he sentido muy mal. Me cabía todo el mar en los ojos y no terminaban de vaciarse.
Tomé mi libreta de direcciones, busqué el teléfono de los amigos, llamé a uno y a otro y no me respondía nadie.
Insistí, la campanilla sonaba largamente, y nada.
Puse la radio a todo lo que daba y me trepé a la música con la misma desesperación con que me trepo al sueño por las noches.
Pero la música corcoveaba alegremente y me hacía caer.
0 de repente era tan triste que me ahogaba en ella y aleteaba los brazos para salirme.
Ahora tengo miedo.
Me acuerdo de un poema de mi adolescencia:
"Domingo.
 


Esta mañana, en misa, arrodillada y trémula en la iglesia, pensé si el viejo que encendía las velas es ese mismo viejo que por la noche prende las estrellas. .."
Entonces estaba Dios, también, para llamarlo...
Pero ahora, hombre de algún momento y algún beso y alguna flor durmiéndose en mi pecho..., ahora, que no puedo fingir que no soy triste y no puedo fingir que no te quiero, que me conformo con un encuentro fugaz cada tanto para que encienda mis estrellas como el viejo del poema de mi adoles­cencia..., ahora, hombre con armadura de alegría, hombre moreno y seco; cabeza de chiquillo, sonrisa de muchacho, manos de ramas nuevas, ahora... ¿a quién puedo llamar si necesito ayuda y es domingo?...

 



 


 

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