Cuando te despedimos, amor, lloramos por el hombre que se iba sin regreso. Y
lloramos (algunos sin saberlo), por el nenito con el conejo blanco y la carita
asombrado de nuevo explorador de vida...
Ay! Por que, cuatro años antes de llegar al 2000?
Vas a perderte tantas cosas: los festejos del fin del siglo, del fin del
segundo milenio, la pirotecnia del recibimiento del Tercer Milenio.
No lo viste a Alan disfrazado de pirata en su cuarto cumpleaños, ni París en
septiembre ya casi totalmente programado, ni las pirámides de Egipto con sus
ondas energéticas. Ni "Casablanca" por décima vez por un canal de
cable. Ni a Vargas Llosa, que publicó Los cuadernos de Rigoberto y vino a la
Argentina, como te habría gustado leer esta continuación de aquel
impresionante Elogio de la madrastra, que te maravillo!
Uso tus jeans azules. Mande acortar las mangas de tu saco de tweed. Y el
sastre me dijo que con tres toques me va a quedar tu traje gris.
Se secaron todas las plantas del balcón cerrado del living. Ni bien partiste.
Todas, las chicas y las que estaban desde hace años.
Alguien me dijo que las plantas extrañan.
Te extrañaron, amor.
Todavía no fui a comprar otras, no tuve ganas, no quiero ir sola...
Y si a las nuevas las ahoga la tristeza que todavía flota por la casa como un
fantasma transparente que da vueltas y vueltas, incansable bailarín de
valsecito melancólico?
Me puse tu pulóver de rombos para la misa del Pilar.
Si, te llevo a misa, amor: seguimos yendo juntos, como antes.
Y le pregunto a Dios si El no hubiera podido...
Pero no sé si quiero escuchar su respuesta.
Le pido, le ruego que El te cuide.
Que no te suelta la mano.
Que no apague la luz de la estrella secreta que mirábamos a veces, a las diez
de la noche, y que ahora es nuestro punto de reunión.
Le suplico que té de paz, que borre de mi recuerdo todas las cosas tristes y
me deje intactos los flashes de ternura y de alegría, para que no me asalte
la desesperación.
Aquí estoy, amor.
No te dejare solo.
Nada es lo mismo ahora.
Quiero que sepas que, pase lo que pase, andarás en los caminos de mis
pensamientos.
Y aunque mi vida cambie, aunque el rompecabezas se arme de otra manera, todas
las noches te cantare para que duermas...
Para que duermas con tu gesto entregado, con la expresión de niño abrazando
el conejito blanco que el sueño te ponía en el rostro.
Si, te cantaré para que duermas, amor.