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Fuertes
raíces me aferran a la tierra de mis ancestros, sin poder avanzar con los pies cansados y sin rumbo. La piel, petrificada se confunde con el
paisaje minimizando mi presencia, en esta ciudad desolada y gris de amaneceres sin sueños. Majestuosa me yergo con los brazos hacia el cielo en posición
de súplica. Ramas fuertes dan abrigo a la vida que se cobija en mí. Un torrente de savia nueva y bendecida recorre el cuerpo de esta mujer cansada,
pero sabia. Han crecido hojas en esta primavera: ellas auguran un futuro de reconciliación con esta honda pena.
Un pájaro canta una dulce melodía sin importar la ausente belleza, sólo el alma.
He
florecido.
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